
[.En un bosque vivía un elfo que era muy tierno. Salió en busca de setas y conoció a una ninfa muy bella. El elfo nada más verla se enamoró de ella. Era una ninfa muy traviesa, le encantaba jugar a esconderse porque nunca la hallaban y siempre ganaba. Una noche, el elfo le pidió para jugar y ella volvió a ganar. Los dos se divertían mucho, pero el elfo llegó a un punto en el que no podía contener sus emociones. Habló con un amigo y le dijo:
- No puedo más, la voy a besar.
- ¿No ves que no tienes posibilidad? – contestó el amigo – Eres muy chiquitín para ella. ¿En ti cómo se va a fijar? –
El elfo volvió a su casita merodeando por la hierba fría, pensando en ella, reflexionando. Y llegó a una conclusión "lo mejor será no verla más". Pasó un tiempo y la ninfa ya lo echaba de menos. Por las noches, le pedía a los lobos que aullaran y de día, hablaba con las mariposas para que llegaran al vuelo hasta él, pero a pesar de los mensajes no aparecía por ningún rinconcito. Una tarde en la que el elfo paseaba por su caminito preferido, en el que las sombras dibujaban mil formas en su cuerpo, topó con la ninfa y salió corriendo. Corrió, corrió rápido, muy rápido, pero al ser la ninfa más grande, muy pronto lo atrapó.
- ¿A dónde ibas elfo?
- Quería correr.
- Eso está bien, pero no hace falta. Me has ganado y todavía nadie lo había hecho. Sabía que tenías algo especial.
- No soy especial, soy pequeño.
- Y gracioso.
- Pero pequeño.
- ¿Sabes una cosa? No importa lo pequeño que puedas ser, porque dentro de este cuerpecito hay algo muy grande; tu corazón. Y eso es lo importante. ¿Y por que corrías?
- ¿La verdad? Huía de ti.
- ¿Por que? ¿Acaso me tienes miedo?
- No, no. Es algo que prefiero no decir.
El amor de estos dos habitantes del bosque nunca pudo ser, pero no por el tamaño o porque no se quisieran, sino, porque ninguno de los dos se atrevió a decir “te quiero”. Ella lo esperaba de él y él de ella. Y así quedó todo, las palabras sinceras se escondieron por los rincones más insólitos del bosque. El amor perdió y la cobardía ganó el juego . . . ]
- No puedo más, la voy a besar.
- ¿No ves que no tienes posibilidad? – contestó el amigo – Eres muy chiquitín para ella. ¿En ti cómo se va a fijar? –
El elfo volvió a su casita merodeando por la hierba fría, pensando en ella, reflexionando. Y llegó a una conclusión "lo mejor será no verla más". Pasó un tiempo y la ninfa ya lo echaba de menos. Por las noches, le pedía a los lobos que aullaran y de día, hablaba con las mariposas para que llegaran al vuelo hasta él, pero a pesar de los mensajes no aparecía por ningún rinconcito. Una tarde en la que el elfo paseaba por su caminito preferido, en el que las sombras dibujaban mil formas en su cuerpo, topó con la ninfa y salió corriendo. Corrió, corrió rápido, muy rápido, pero al ser la ninfa más grande, muy pronto lo atrapó.
- ¿A dónde ibas elfo?
- Quería correr.
- Eso está bien, pero no hace falta. Me has ganado y todavía nadie lo había hecho. Sabía que tenías algo especial.
- No soy especial, soy pequeño.
- Y gracioso.
- Pero pequeño.
- ¿Sabes una cosa? No importa lo pequeño que puedas ser, porque dentro de este cuerpecito hay algo muy grande; tu corazón. Y eso es lo importante. ¿Y por que corrías?
- ¿La verdad? Huía de ti.
- ¿Por que? ¿Acaso me tienes miedo?
- No, no. Es algo que prefiero no decir.
El amor de estos dos habitantes del bosque nunca pudo ser, pero no por el tamaño o porque no se quisieran, sino, porque ninguno de los dos se atrevió a decir “te quiero”. Ella lo esperaba de él y él de ella. Y así quedó todo, las palabras sinceras se escondieron por los rincones más insólitos del bosque. El amor perdió y la cobardía ganó el juego . . . ]
